Hace 72 años, el atleta se transformó en el primer chileno en triunfar en la tradicional carrera de San Silvestre en São Paulo, prueba atlética que se disputa cada 31 de diciembre.
En estas fechas, cuando el año agoniza, la familia del atleta chileno Raúl Inostroza Donoso, multicampeón sudamericano en pruebas de fondo, recuerda su figura con especial cariño: un 31 de diciembre, pero de hace 72 años, el deportista vivió quizás la jornada más gloriosa de su carrera. En una cálida noche paulista de 1948, y ante trescientos mil espectadores, ganó la clásica prueba San Silvestre en São Paulo y su nombre quedó grabado en la historia del atletismo sudamericano.
Raúl Inostroza nació en 1921, pero sus padres lo abandonaron cuando era un bebé. Unas tías, que vivían a orillas del río Mapocho, se hicieron cargo durante los primeros años, aunque rápidamente lo dejaron solo. Nunca fue al colegio.
Para sobrevivir se dedicó a vender diarios, y pasó la mayor parte de su infancia corriendo por las calles de Santiago. Lo poco que cobraba lo gastaba en comida. Y cuando se hacía de noche, deambulaba buscando un rincón para dormir.
La calle se transformó en su casa y su labor de “canillita” fue su escape a las penurias de la pobreza extrema.
A los 17 años su vida dio un giro brusco. El club Suplementeros, cuna de reconocidos atletas, organizó una prueba para sus jóvenes trabajadores. En su primer torneo, Inostroza fue el más rápido en cinco categorías: 800 metros, 1.500metros, 3mil, 5mil y 10mil metros.
Cinco años después ya era campeón sudamericano en 5 mil y 10 mil metros, registro que repetiría en varios torneos continentales durante más de una década.
“Mi abuelo era un niño en riesgo social y tuvo una infancia muy dura. El atletismo lo salvó, pero no fue fácil llevar una vida de deportista con la formación y la alimentación que tenía. Primero fue suplementero, y ya siendo veinteañero también trabajó como obrero en el puerto de Valparaíso. Así mantuvo a sus cuatro hijos”, confiesa Raúl Inostroza, su nieto homónimo.
En la antesala de los Juegos Olímpicos de Londres 1948, y en la plenitud de su rendimiento, el atleta se aprestaba para viajar a Europa, pero no pudo ser: la Federación de Atletismo lo bajó de la delegación por no cumplir los tiempos requeridos.
“Fue un golpe tremendo. Los argentinos que siempre vencí en los Sudamericanos, Delfo Cabrera, Eusebio Guiñez y Ricardo Bralo, fueron los primeros sorprendidos al no verme en el equipo chileno”, reclamó Inostroza en la revista Estadio.
A los pocos días se demostró lo errada que fue la decisión: el argentino Cabrera, habitual en las pruebas sudamericanas de 10 mil metros que Inostroza ganaba sin mayor dificultad, obtuvo el oro en la maratón londinense. La noche más dulce.
El mismo año en que sufrió la decepción más grande de su carrera, Inostroza saboreó un triunfo épico: viajó a São Paulo y corrió la mítica San Silvestre, prueba que se disputa en la víspera de Año Nuevo, y que este año se canceló a causa de la pandemia.
Fueron siete kilómetros que Inostroza recorrió en 22:18 minutos, más rápido que cualquiera de los mil trescientos competidores. Una victoria inolvidable.
“Fue emocionante correr por las calles y avenidas de São Paulo en que solo se oía el grito de !Chile¡ !Chile”, expuso Inostroza.
La revancha olímpica llegó cuatro años después, en Helsinki, aunque Inostroza ya tenía 31 años. Igual le alcanzó para lograr su mejor marca en los 10 mil metros, con récord de Chile incluido. En esa prueba llegó 23º, lejos del mítico checo Emil Zatopek.
“Compartimos muchas veces. Lo recuerdo con mucho cariño. Era un atleta brillante, y llamaba la atención su elegancia para correr. Tenía una personalidad muy divertida. Era muy bueno para la talla”, apunta el exatleta Mario Lorca, de 93 años, y quien fuese amigo de Inostroza.
A mediados de los años 50, el reinado del atleta en las pruebas de largo aliento llegó a su fin y el deportista colgó las zapatillas de clavos. Pero no se despidió de la pista: se dedicó a entrenar jóvenes con sus mismos sueños.
Antes de morir de un cáncer de estómago, en 1975 y con 53 años, Inostroza pasó sus días acompañando a su esposa en el puesto que tenían en la Pérgola de las Flores, cerca de la Estación Mapocho, en las mismas calles donde sobrevivió como niño huérfano.
Su nieto cierra: “Siempre fue muy ligado al pueblo. Era amable con todos. Él murió sin saber leer ni escribir, pero de todas formas era un gran orador, le encantaba hablar con las personas, pero más le gustaba escuchar, porque esa era su forma de aprender”.